Todo lo que el hombre hace está
ligado a una experiencia del espacio: "Nuestro sentimiento del espacio
resulta de la síntesis de distintos espacios, de orden visual, auditivo,
kinésico, olfativo y térmico. Si bien cada sentido constituye un sistema
complejo, todos igualmente están modelados por la cultura". (E. Hall,
1971, y P. Levy, 1983, citados por Silva, 1997).
Entre
las calles asfaltadas, los edificios de seis pisos y grandes ventanales, los
semáforos en rojo, el ronroneo de los carros más lujosos y el golpeteo de los
tacones contra el cemento, se abre una pequeña selva, un lugar en el que, a
primera vista, el tiempo parece haberse detenido. La casa verde, verde, verde,
abrazada por los árboles de piso a techo, se alza por entre las construcciones
de concreto y el exosto de los carros. Parece salida de otro mundo, una pequeña
grieta verde de otro tiempo.
...
En el corazón de la ciudad, entre el caminar incesante de los transeúntes, arriba de la casa del florero y abajo de la biblioteca Luis Ángel Arango, tres portones, de una gran casa colonial, se ciñen codo a codo el uno contra el otro. Allí también parece haberse detenido el tiempo, o mejor dicho allí parece haberse detenido Bogotá. Caminar por esa pequeña cuadra es transportarse de inmediato a la capital Santafereña, antes del asesinato de Gaitán y como lo afirma el filósofo y teólogo colombiano, Armando Silva:
En las investigaciones sobre
Bogotá se registra muy especialmente la marca "antes" del asesinato
de Gaitán y un "después" de su asesinato, y así se puede afirmar que
Bogotá vive un hito histórico fundante, con características no sólo históricas
sino míticas. (Silva, 1997)
Sin
embargo, el ruido y el ajetreo lo traen a uno devuelta a la realidad, en un
estrellón contra el mundo, o mejor dicho contra el asfalto. A un lado, los
vendedores de frutas encienden la calle con colores vibrantes y exhiben sus
mangos recién cortados (que francamente se ven muy provocativos pero que nunca
me he atrevido a comer por ser de carrito ambulante), y al otro lado, la señora
que grita sus obleas a los cuatro vientos y que me obliga a pensar
irremediablemente en Mick Jagger, y su reciente fama de catador de obleas
capitalinas. Así es este mundo, lleno de contrastes.
...
La
dirección exacta es: Calle 82 # 9-11, Bogotá, Cundinamarca, Colombia. En este
país y sobretodo en esta ciudad, las direcciones importan, porque tu nivel
socio-económico está plasmado indudablemente en las direcciones que frecuentas.
Si tu vida se mueve entre la calle 76 y la calle 93, eres muy pinchado, y eso
significa que en un sábado común visitas la zona g y la zona t (vale la pena
aclarar que ninguna es una zona erógena) y que terminas comiendo helado en el
parque del virrey (al ladito de donde encontraron a Colmenares) o en el parque
de la 93. Por eso es que es bueno ser visto en el restaurante Club Colombia, porque
queda al frente del Cachivaches y al ladito del P.F. Changs, sobre toda la
carrera novena, donde inevitablemente frecuenta la crem de la crem.
Aquí
todo tiene que ver con el "hacer observar" y el "hacer
creer", pues "ver o ser visto significa la eventual captura del ojo
humano para ser uno convertido en experiencia visual y por tanto ser
representado en imagen". (Silva, 1997)
En otras palabras, significa la generación de un punto de vista sobre uno mismo
y aquí es donde se vuelven importantes las direcciones de los espacios que se
habitan.
...
No
obstante, la dirección de Mamá Lupe es mucho más transcendental para la
historia del país. Cl. 11 #6-14, Bogotá, Colombia, a poco más de veinte pasos
de donde se desportilló el florero de Llorente, el veinte de julio de 1810.
Allí se esconde un diminuto lugar de ensueño, un restaurante de tradición
santafereña y sazón de abuela colombiana. Sin embargo, aquí hay dos miedos
constantes de ser vistos: primero, por algunos habitantes de la calle, que no
tienen mucha cara de buenos amigos, y segundo, por la gente que conoces, esos
que se creen la última Coca Cola del desierto o el órgano reproductor de
Jesucristo. Por eso se asiste con la intención de ver sin ser visto, porque ser
visto aquí significa algo totalmente diferente, si eres un extranjero está bien,
porque estás de turista, pero si naciste aquí es otro cuento, pues en esta
ciudad es ley que un rolo "bien" no puede ser turista del centro de
su propia ciudad porque es una 'guisada' y porque 'por allá es peligroso, por
allá roban y no se puede llevar el carro porque es un lio'.
Según
Silva,
Se agrava así nuestro dilema: ver
o ser visto, o ver y ser visto, o ver que nos están viendo. En todos los casos
está presente el miedo de ser visto, por fuera del catálogo de lo permitido,
por cualquier ente u organización capaz de violentar a quien no responda a lo
previsto. Este es quizás el mayor significado de la violencia simbólica, en las
formas a que ha llegado en Colombia y otros países continentales, como aquella
producida por temores imaginarios aun más que por desacuerdos efectivos en la conducta
social. (Silva, 1997)
...
No
hay ni un solo punto en común entre estas dos calles, solo el de pertenecer a
la misma ciudad, aunque no lo parezca.
...
Al
entrar en el restaurante Club Colombia me sentí en una casa de reyes de la
colonia, las dos paredes que adornaban la entrada tenían representaciones de
esculturas de oro precolombinas y desde que atravesé el umbral de la puerta
dejé el mundo verde, verde, y me adentré en un mundo rojo. Me senté en la terraza porque iba en converse
y me sentí intimidada por la elegancia de las paredes rojas, el piso de madera
y la vestimenta de los otros comensales (realmente se me hace absurdo vestirse
de paño y corbata para ir a comer chicharrón con chorizo, pero bueno así son
los que van "para mostrarse", los que comen la empanada con tenedor y
con cuchillo).
...
Mamá
Lupe es también un poco la entrada a una casa antigua, pero de barrio. Todo es
de madera, desde el piso, hasta las escaleras, las barandas, la lámpara y el
techo. No obstante está llena de color, objetos de la cultura tradicional
colombiana y un mostrador de postres típicos, adornan el lugar.
...
En
ambos sitios había extranjeros, pero los de Mamá Lupe eran argentinos y
gringos, y los de Club Colombia eran europeos (hace rato no veía tantas cabezas
con ese pelo mono casi blanco y esa piel rosadita camarón inconfundible del
europeo quemado por el sol bogotano). Por otro lado, solo en Club Colombia
había actores, actrices y presentadoras.
...
En
Club Colombia pedí: una entrada de maduro al horno con queso y jalea de
guayaba, un arroz jugoso de jaiba, un jugo de corozo y una cerveza Club
Colombia, la cuenta salió a 92,400 pesos.
En Mamá Lupe pedí: una bandeja paisa,
una acompañamiento de aguacate, una limonada y un arroz con leche, la cuenta
salió a: 29,000 pesos.
...
Definitivamente,
al ser la ciudad una construcción social y simbólica de un imaginario, el
sentido de lo urbano muta dependiendo del lugar que se visite; en este caso, y
como lo declara Silva:
Es posible identificar al Norte
como sede de la cultura en el modo tradicional, atribuyendo al Sur el ámbito
subcultural , no tanto con el sentido de desprecio, sino como lo sub respecto
del norte oficial. En consecuencia el norte cultural se identifica con un criterio
de verdad científica, o sea de neutralidad desinteresada y también de
moralidad, de altruismo respecto al sur que recae, inevitablemente, en la
etiqueta del folclor, de lo típico y la subcultura. (Silva, 1997)
Bibliografía
Silva, A. (1997). Imaginarios
urbanos. Bogotá: Tercer mundo S.A.